La plaza de las esculturas: imponente en el corazón de Medellín

11.11.2008 00:20

No son más de las doce del medio día. Hace calor. El ruido provocado por el paso de los carros, las motos, uno que otro avión y los venteros ambulantes, es parte del ambiente del lugar. La Plaza de las Esculturas, ubicada en el centro de Medellín y rodeada de edificios como el Palacio de la Cultura, El Museo de Antioquia y el Hotel Nutibara, es un sitio en el que a diario transitan y permanecen centenares de personas.

En la plaza, a parte de las esculturas donadas por el maestro Fernando Botero, hay árboles, palmeras, flores, bancas, una fuente de agua y estatuas humanas que llaman la atención de los visitantes del lugar.

Entre los transeúntes se destaca una mujer de avanzada edad, quien se guía por un bastón y lleva anteojos oscuros, camina despacio pero con paso firme. En algunas ocasiones tropieza con los botes de la basura o con las estatuas del parque. Un hombre se acerca y le ayuda a cruzar la calle. Así, la mujer sigue su recorrido y se pierde entre la multitud.

La presencia de tres policías cerca de “Fotos Botero” –en toda la esquina de la plaza y cuya ubicación exacta es el Edificio Gutenberg- no inquieta a ninguna persona del lugar. Por lo contrario, parece que pasan inadvertidos. Ellos hablan entre sí y luego de quince minutos se van caminando sin reportar novedad alguna.

Las bancas de este sitio están llenas. Se reúnen pequeños grupos, en su mayoría de hombres que aparentan entre 60 y 70 años. Sin embargo, la presencia de jóvenes también es notoria. A medida que avanza el tiempo se va haciendo mayor la participación de éstos, ya que fue instalada una tarima, de la cual proviene música rock en español que llama su atención.

A lo largo del día, pasan hombres vestidos de saco oscuro, pantalón, corbata y zapatillas, y otros de blue jeans, tenis, camiseta, sudadera o pantaloneta. Al mismo tiempo, mujeres de pantalón, camisa, botas y bolso frente a otras con shrorts, faldas cortas, blusas con escotes que dejan al descubierto sus senos y en ocasiones sus estómagos. Todos ellos pasan de largo sin siquiera mirarse.

Más tarde, se suma al ruido del ambiente una bulla proveniente de un grupo de niños. Son más o menos cuarenta. Se dirigen a las puertas del Museo de Antioquia y su guía, un hombre de unos 35 años, da el último vistazo para ver si algún niño se ha separado del grupo.

En una de las bancas, cerca de la entrada del Museo, se encuentra abrazada una pareja, hombre y mujer. Ambos tienen el cabello blanco, su piel deteriorada por el sol o quizás por el paso de los años. Él lleva puesto un pantalón café, una camisa beige y zapatos negros; ella viste un traje lila de flores y unas sandalias blancas. Detienen a un vendedor de helados y le compran dos conos. A medida que se los van comiendo hablan, se ríen y disfrutan el panorama.

Mientras tanto el vendedor de helados, en su búsqueda de otros posibles compradores, da varias vueltas alrededor de la plaza. Tiene aproximadamente 1.70 de estatura, usa camisa café de cuadros pequeños, pantalón azul oscuro y zapatillas negras. Unas veces charla con algún vendedor de chicles y cigarrillos, y otras camina en silencio sin detenerse en ninguna parte.

Un grupo de jóvenes entre los 13 y 14 años pasan vestidos con camiseta blanca, sudadera gris y tenis blancos. Son alrededor de 30. Se detienen a mirar las estatuas humanas, pero no hacen caso de ellas. Luego un hombre vestido de jean y una mochila que atraviesa su cuerpo llama su atención. Paran a mirarlo, ríen, aplauden, toman fotos. Su guía –quien lleva puesta una camisa manga larga azul, blue jean, tenis café, con aproximadamente 34 años y 1.65 de estatura- los llama y prosiguen su recorrido.

A la 1:35 de la tarde la plaza ya ha reunido más personas. Entre la multitud va una mujer de cerca de 35 años, piel trigueña, camisa ceñida al cuerpo color rosado, con rayas blancas y jeans. Lleva un coche con cantimploras llenas de café. A su lado están tres niñas, dos de ellas son trigueñas también, una es de piel blanca, tienen entre 4, 3 y 2 años. Caminan lento, se detienen, se ríen y juegan, luego corren de un lado a otro. La mujer, por su lado, atiende a damas y caballeros en busca de un tinto caliente. De esta manera transita todo el sitio en compañía del trío de pequeñas.     

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